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Os doy la bienvenida a este nuevo blog, que sólo pretende ofrecer relatos de calidad a los lectores y alguna que otra cosa que irá surgiendo.



Espero que lo disfruteis, y agradezo de antemano a todos vuestros comentarios y participación. Saludos



10 de abril de 2012

Palabra de Seth 1

Casi llevaban andando cuatro días desde que salieron de Poul, su hogar, que ahora se apagaba después de casi siete días. Arél, que a sus dieciocho años ya se ocupaba por completo del cuidado de su pequeña hermana Isi (debido a la incapacidad de su madre que vivió sus últimos días en la cama, donde también murió), pensaba constantemente qué iba a ser de ellos, ahora que habían perdido su hogar y a su madre.
El fuego se había iniciado de noche. Lo había hecho silenciosamente y para cuando Arél se percató de ello ya era demasiado tarde. Acababa de bajar las escaleras que conducían desde la habitación de su madre a la entrada de la casa cuando lo vio, a través del cristal de la ventana. La casa estaba a oscuras por eso lo vio con tanta facilidad. Un halo de luz cálida rodeaba la ventana e iluminaba los muebles de alrededor. Aquello lo dejó paralizado unos segundos en los que el silencio era total, pero de pronto escuchó un chasquido y su oído se afinó. Entonces comenzó a oír el crepitar de las llamas sobre las paredes de la casa. Entonces una bomba de alarma estalló en su cabeza y se impulsó en una carrera hacia la habitación de la pequeña Isi. Mientras se acercaba a la puerta vio un resplandor rojizo por debajo de la puerta y corrió a abrirla sin saber que al hacerlo provocaría una gran explosión de llamas. Se cubrió el rostro con los brazos y oyó gritar a su hermana, lo que le impulsó a entrar rápidamente. "¡Isi! ¡¿Dónde estás?!" Preguntó al no verla. Entonces la pequeña chilló su nombre y la vio bajo su cama, de donde la sacó y cubrió con sus brazos antes de saltar fuera de aquel cuarto en llamas.
En aquel momento las dos ventanas de la entrada estallaron en mil pedazos creando grandes llamaradas hacia el interior de la casa y llenándola de humo. La pequeña Isi no dejaba de toser y llorar mientras su hermano sorteaba los escombros que caían del techo hasta lograr llegar a la puerta que se había roto y caído hacia dentro. Sacó a su hermana de la casa y la alejó unos metros para volver después a buscar a su madre, pero mientras volvía a la casa oyó los gritos, eran el resto de los habitantes de la aldea que corrían hacia todas partes huyendo de los invasores que estaban asolando sus hogares. Los vio cabalgar entre los graneros y las casas. Eran hombres rudos y portaban espadas, lanzas y antorchas. Otra explosión de llamas le hizo volverse hacia su casa de la que ya no se veía el interior y le informaba, desgraciadamente, de que a su madre no la iba a poder salvar. Dudó unos segundo mientras oía rugir a los invasores, llorar a su hermana y el crepitar del fuego, entonces volvió a por Isi, la cogió en sus brazos y corrió con ella hacia los primeros árboles del bosque que empezaba tras su casa, una vez allí, la bajó al suelo (era pequeña pero lo cierto es que tenía ya trece años y levantarla no era tan fácil como cuando era una niña) y los dos echaron a correr bosque adentro sin mirar atrás.
Casi no habían hablado durante los cuatro días que llevaban andando. Se habían limitado a comer alguna fruta que encontraron por el camino y a beber de vez en cuando del río que encontraron y ahora seguían.
El tercer día Arél le ordenó a su hermana que pararan para lavarse las manchas oscuras del rostro y la ropa y los dos se bañaros en la orilla del río y se secaron al sol.
Isi no había hablado con su hermano desde que huyeron, ni siquiera para preguntarle hacia dónde se dirigían, pero él no habría sabido qué contestarle. Sabía desde hacía mucho que su aldea estaba bastante alejada de las aldeas, fuertes, y castillos del país, pero tenía la certeza de que siguiendo el curso del río acabarían llegando a algún sitio.
El chico, a pesar de no haber salido jamás de Poul, tenía al parecer un talento innato para la orientación en los bosques ya que, el cuarto día y apenas unas horas después de que se detuvieran a comer frutos que habían caído de los árboles, vieron a lo lejos una figura arrodillada en la orilla del río y un caballo atado en el árbol más cercano.

- Mira Isi, allí hay alguien – dijo tomando la mano de su hermana y caminando más rápidamente.
Era un hombre joven de pelo corto y negro. Vestía una camisa blanca y unos pantalones de cuero reforzados, como los que llevaban los caballeros bajo la armadura. Estaba arrodillado en la orilla y el pantalón se le había mojado un poco en las rodillas. Su piel era un poco más clara que la de los dos hermanos y tenía los ojos cerrados, pero cuando llegaron a su lado los abrió y se giró hacia ellos. Vieron que tenía los ojos de un color azul intenso y aunque al principio parecía sorprendido al verles, se relajó un poco al ver que sólo eran dos chicos y no supondrían ninguna amenaza.

- Buenas días señor – saludó Arél.- Necesitamos ayuda – dijo nervioso.

- Vuestro aspecto no indica lo contrario, ¿qué os ha pasado? - Preguntó con voz serena. Arél se miró los ropajes, estaban chamuscados en algunas partes.

- Unos bárbaros asediaron nuestra aldea. Nosotros conseguimos escapar pero perdimos a nuestra madre y nuestro hogar – rodeó con su brazo a Isi.- Llevamos días caminando y alimentándonos solo de frutos del bosque…

En ese momento escucharon unas voces que salían de entre los árboles y vieron como de entre las ramas de un árbol, junto al caballo, salían dos hombres que vestían la misma armadura de color cobre. El hombre arrodillado se giró hacia allí.

- Señor, tenemos que partir enseguida – dijo uno de los soldados.

- Enseguida Héctor – el hombre se levantó y caminó hacia el caballo.

Arél se sorprendió mucho al descubrir que aquel hombre pudiera tener sirvientes y mucho más aún al tener éstos una armadura tan majestuosa. Entonces vieron cómo recogía de la montura del caballo parte de una armadura plateada y se la ponía sobre sus ropas.

- ¿Sois un caballero? – Se sorprendió Arél.

- En efecto joven – respondió sonriendo mientras colocaba la protección de las piernas.- Mi nombre Sethir, príncipe de Diin.

El chico quedó impresionado y a la vez intimidado ante aquel hombre. Nunca había visto a ningún príncipe y mucho menos había hablado con uno, pero sabía perfectamente que muy pocas personas tenían el derecho de dirigirse a un monarca, y él le había hablado como si se tratase de un hombre cualquiera. Dio gracias por haberle tratado con algo de cortesía y esperó que no lo encerrase en un calabozo por su osadía. Agarró con fuerza a su hermana.

- ¿Quiénes son estos niños señor? – Preguntó el primer caballero que había hablado.

- Héctor, estos chicos vendrán con nosotros a Diin.

- ¿Cómo dice? –Se extrañó el caballero.

- Necesitan ayuda y yo les ayudaré. Supongo que un príncipe puede tomarse la libertad de ayudar a las personas que considere oportuno, ¿me equivoco? –Dijo mirándole.

- No señor, por supuesto que no. Les buscaré un caballo libre ahora mismo, señor.

- No, Héctor, irán en tu caballo contigo. Así llegarán a la vez que yo.

- Pero señor, la escolta real no puede hacer este tipo de cosas. ¿Qué pensaría el rey si se enterase? – Preguntó preocupado.

Sethir se levantó con la armadura ya puesta y desató al caballo del árbol.

- Nos conocemos desde siempre, espero que no le niegues a un amigo un favor – dijo con autoridad mirándolo.

Los chicos quedaron embelesados con el porte y la majestuosidad de Sethir. Su armadura era plateada y tenía los bordes de marfil blanco, también llevaba una capa roja con un escudo bordado en plata. Era más alto y grande que Arél aunque no parecía tan mayor como los guardias que los seguían a caballo. La corte de Diin volvía de un largo viaje por otras tierras y formaban a caballo un gran grupo armado que se perdía en la distancia. Al frente de todos iba el príncipe Sethir con toda su guardia a caballo y en el de Héctor, el más allegado del monarca, estaban subidos con él los dos jóvenes.

Cabalgaron durante horas hasta que alcanzaron a ver Diin, un reino gigantesco rodeado entero de murallas altas y grandes torres. Cuando cruzaron la muralla vieron las laderas que dentro se extendían, todas cubiertas de casas y pequeñas tiendas con aldeanos que saludaban a su paso con fervor. Cabalgaron entre las casas y subieron una pequeña elevación de terreno que conducía, según les había explicado Héctor, al palacio Blanco del reino de Diin.

Era una torre increíblemente alta que se alzaba dentro de un círculo de muralla, decorado con muchos sitios por banderas parecidas a la capa de Sethir. Cuando se acercaron a la muralla y se abrió el portón, comenzaron a oírse cientos de trompetas anunciando su llegada.

Vieron el terreno cubierto de verde césped que conducía hasta la entrada de la torre, en cuyas escaleras esperaban las sirvientas del castillo preparadas para atender a la llegada de la compañía.



- Bienvenido, majestad - dijo un hombre al acercarse al caballo del príncipe mientras este se bajaba.- ¿Qué tal su viaje?

- Muy bien, gracias – le respondió mientras los chicos bajaban del caballo de Héctor.- Venid conmigo – les dijo con un gesto.- ¿Tenéis hambre?

- Si, majestad.

- Muy bien, hoy os sentaréis a comer al banquete real – dijo mientras subían las escaleras de piedra. Una vez en la puerta se encontró una de las sirvientas y le ordenó acompañar a los chicos a los baños.

- Pero señor, aún no han terminado de arreglar el baño de hombres.

- En ese caso, consígueles ropa limpia. El chico se bañará en el baño real – dijo mientras caminaban por el primer salón del palacio.

- De acuerdo, señor – la sirviente miró a Isi y le cogió la mano.- Ven conmigo, te bañaremos y te pondremos guapa para el banquete.

Mientras la hermana de Arél se marchó con la sirvienta, éste subió junto a Sethir unas escaleras que conducían hasta el piso de los aposentos reales, cuya puerta era la más grande que Arél había visto nunca. Tapizada en plata y seda roja, tenía unos pomos dorados que empujaron para abrirla.

Dentro Arél vio la que pensó, sería la sala más grande de todo el palacio. Al final de la sala había una gran cama digna del más digno señor del reino; en el fondo derecho de la sala había un ventanal que llegaba hasta el techo y desde el que se podían ver todos los bosques de Diin; ocupando la pared izquierda había un vestidor inmenso y una gran mesa de madera con algunos pergaminos y mapas extendidos encima; y en el centro de toda la sala se extendía una piscina de piedra que se hundía en el suelo y tenía el agua cristalina y alguna que otra flor aromática flotando en la superficie. Debía medir unos quince pasos de largo y ocho de ancho.

Arél se quedó unos segundos paralizado ante tanta belleza. Mientras dos sirvientes entraban tras ellos en la habitación y esperaban junto a la puerta.

- Ven conmigo – le dijo Sethir sacándole de su ensoñación. Fueron hasta el fondo de la sala rodeando la piscina.- Nos bañaremos para estar limpios para el banquete, hay que dar una buena impresión ante los nobles que asistirán a la comida – dijo mientras los sirvientes que habían entrado con ellos le ayudaban a quitarse la capa y la armadura y la colocaban en un soporte junto a la cama.

- ¿Mi hermana y yo también asistiremos? – Preguntó Arél entusiasmado.

- Claro que sí. Hoy seréis mis invitados y como tales, deberéis sentaros a cada lado de donde yo me siente a comer – dijo provocando expresiones de sorpresa entre los dos sirvientes que acababan de terminar de quitar la armadura y se habían apartado y quedado junto a la pared.

- ¿Quiere que hagamos algo con los ropajes del chico, señor? – Preguntó de pronto uno.

- Tienes la ropa quemada y rota, Arél, tiraremos esta ropa y te daremos ropa nueva – dijo Sethir mirando al chico.

- Gracias, señor.

- Quítatela para que se la lleven y bañémonos antes de que se nos haga tarde – indicó.

Arél se quitó la camiseta y los zapatos y se apoyó sobre la cama para bajarse los pantalones, aunque con un poco de vergüenza pero no quería contradecir a Sethir después de todo lo que estaba haciendo por ayudarles. Quedó solo con la tela blanca (un poco grisácea ahora) y Sethir les indicó a los sirvientes que se podían marchar y así hicieron, cerrando después las puertas de la habitación.

- ¿Tienes frío, chico?

- No, señor.

- Puedes ir entrando en el agua – le dijo Sethir con una sonrisa amable mientras se sentaba al borde de la cama y comenzaba a desabrocharse la camisa.

- Gracias, señor – Arél fue hasta el borde de la piscina de piedra y, con algo de vergüenza se quitó la tela que cubría su entrepierna. No sintió ningún frío, la habitación estaba perfectamente climatizada y cuando tocó el agua vio que también estaba a la temperatura ideal.

Bajó los pequeños escalones que entraban en la piscina y no pudo evitar disfrutar de la primera zambullida en el agua. Notó el agua ligeramente caliente envolver todo su cuerpo y se sintió muy feliz de la suerte que habían tenido su hermana y él. Aquello le recordó a su aldea y su pobre madre fallecida y cuando salió a la superficie su cara estaba triste.

- ¿Cómo se llamaba tu aldea? – Preguntó el príncipe que estaba ya desnudo y se acercaba a las escaleras. Su cuerpo era musculoso y con vello en las piernas y en la entrepierna, donde sobresalía un auténtico miembro viril digno de un gran príncipe. Sus piernas musculosas se intensificaron visualmente al agacharse en cada escalón, marcando cada uno de los músculos. Al llegar a la cintura, su pene quedó un instante flotando y después se sumergió también. No se sumergió del todo, sólo se acercó un poco hacia Arél.

- Se llamaba Poul.

- ¿Qué es lo que ocurrió?

- Unos bárbaros incendiaron nuestras casas y asolaron todo – dijo entristecido.- Agarré a mi hermana y escapamos por el bosque – terminó de decir cuando el príncipe llegó a su lado.

- Estás cuidando muy bien de tu hermana, chico, pero ¿dónde están vuestros padres? – Preguntó con expresión de preocupación.

- Mi padre nos dejó hace muchos años cuando se alistó en el ejército del reino de Rena. Y mi madre… murió en el incendio… no pude salvarla…- Dijo llorando al acordarse.

Arél se tapó el rostro con las manos y empezó a llorar.

- Hey! Vamos, chico, seguro que estaría muy orgullosa de ti por haber cuidado de tu hermana- le alentó Sethir acercándose a él. Lo rodeó con sus brazos mientras se calmaba. Arél notó los pectorales fuertes y duros, igual que cada uno de sus abdominales al contacto con su piel. También notó la polla de Sethir mientras se movía bajo el agua. Le rozó una pierna y la notó caliente. Se sentía seguro entre los musculosos brazos del príncipe. Alzó la mirada y mirándolo a los ojos le dijo:

- Muchas gracias por habernos ayudado Sethir.

- No te preocupes Arél, yo cuidaré de vosotros – dijo, y Arél supo que era cierto, y que al cuidado de un hombre como aquél no tenían por qué temer.- Y no me llames Sethir, puedes llamarme Seth – dijo mirándole a los ojos. Eran intensamente azules y brillaban por el reflejo del agua.

Arél miró un instante su rostro, con esa sonrisa amable y protectora, un instante después lo abrazó, dándole las gracias y sintiéndose más afortunado a cada músculo de la espalda que tocaba. Recorrió su espalda con las manos mientras él lo abrazaba con seguridad. Entonces, sin ningún motivo en especial dejó de mover sus manos cuando éstas se posaros sobre la parte superior de las nalgas de Seth, pero no las apartó, porque se sentía muy seguro y feliz. No las apretó, solo las dejó encima, rozándolas, hasta que sintió cómo la polla del príncipe se ponía más dura y empezaba a subir. A él le pasó lo mismo pero a menos velocidad. Entonces apartó su rostro del pecho de Seth y lo miró a lo ojos. Entonces el príncipe los cerró y sujetando con suavidad el rostro del chico se acercó a besarlo.



Arél no se apartó, solo dejó que lo besara una primera vez, y después lo besó él. Tenía los labios algo más gruesos que los suyos y el roce suave del beso le provocó un escalofrío. Se besaron durando un buen rato hasta que Seth apoyó la espalda contra el borde de la piscina y Arél le besó los hombros, los pectorales, se detuvo en un pezón y lo besó y lamió con timidez. Después mientras lo hacía buscó con su mano la polla completamente erecta del príncipe y la sujetó un instante sintiéndola caliente. Después comenzó a masturbarlo lentamente y oyó un pequeño y suave jadeo de Seth, entonces sujetó al príncipe del culo hasta que el cuerpo de éste quedó en la superficie flotando y miró su pene ligeramente levantado y, mientras con una mano le sujetaba por el culo, con la otra se llevó sus huevos a los labios. Los chupó y lamió. Intentó meterse uno dentro de la boca pero no pudo, aún así, le agarro de la polla y se la metió hasta donde pudo. La primera vez que lo hizo, el príncipe gimió de nuevo, luego, Arél solo oyó de vez en cuando un pequeño jadeo de satisfacción. Mientras lo hacía, la polla de Arél se erguía más y más bajo el agua, y se movía impulsada por los pequeños movimientos de éste.

- Aaahh… Aaahh… - Oía Arél. Al cabo de unos minutos, vio cómo las piernas de Seth se movían convulsionadas de placer, pero no se preocupó y continuó chupando.- Aaaahh... Aaahh... Sigue... No pares…Aaaahh… Aaahh…

De pronto, mientras chupaba y lamía con fervor la polla de su amante, Arél vio inundaba su boca de una sustancia ligeramente espesa y caliente y aquello le sorprendió, pero después de mirar a Seth y ver su rostro de placer, supo que no ocurría nada malo y lo tragó mientras seguía chupando, hasta que el príncipe le detuvo, poniéndose de pié y comenzó a besarle con euforia, mientras recuperaba el aliento. Arél se dio cuenta de que tenía el rostro empapado en sudor pero no le importó.

Seth levantó al chico y lo sentó en el borde de la piscina y se sitió entre sus piernas, levantándolas y colocándolas sobre sus hombros. Después agarró su polla con la mano y se la empezó a chupar con euforia, pero aún así, no le hizo daño en ningún momento. Arél nunca había tenido ninguna relación sexual con ninguna chica de la aldea, pero le encantó lo que el príncipe le hacía.

Mientras chupaba, Seth abrió las nalgas, que ya tenían pelos tanto alrededor como en el agujero y tocó el agujero con sus dedos. Lo empapó de agua de la piscina con los dedos durante un rato mientras se la chupaba y cuando notó el agujero más abierto, se levantó y acercó su polla.

- Arél, lo que voy a hacerte tal vez te duela, tienes que decírmelo – le advirtió mirándole a los ojos.

Él no respondió.